Relato: El Funko

EL FUNKO

Desde que comenzaron a salir, he sido un apasionado de los Funko Pop. Su tamaño, la forma de su cabeza y su variedad, son las cosas que me llaman más la atención. Mi colección alcanza más de 100 figuras. Tengo bastante de todo, Marvel, DC, The Walking Dead, Stranger Things, personajes de terror, músicos, etc.
Y bueno, tener más de 100 figuras no es fácil, aunque algunos han sido regalos, la mayoría los compré yo con mis ahorros. Algunos los compré acá, otros los he mandado a traer de afuera, incluso ediciones limitadas. No tengo un personaje repetido, aunque haya versiones del mismo, me gusta dejarme la primera de ellas.
Por supuesto, de qué valdría tener una colección tan grande si no tengo dónde exhibirla. Por eso mandé a hacer una estante del tamaño de toda la pared para ubicarlos, claro, dejando espacio suficiente para los que vienen. ¡Vieran la hermosura!
Un día mientras sacudía el polvo que se había acumulado en el estante, sin querer derribé a mí único y querido Ironman. De casualidad, mi perro Bummer estaba cerca y lo tomó entre sus dientes, se lo llevó al jardín y creyendo que era un hueso, intentó devorarlo. Cuando lo soltó, parecía como si Thanos hubiese chasqueado sus dedos, las marcas de los colmillos de Bummer le habían desfigurado la cara, además de haberle separado una pierna y un brazo.
Con el corazón partido tuve que ir a la tienda a buscar otro, pero lastimosamente ya no tenían esa versión y no tenía dinero para mandarlo a traer afuera. Tuve que comprar otro Ironman, ni modo.
Llegué a la casa, desempaqué al “usurpador” (así le puse de cariño) y lo ubiqué donde estaba el antiguo. Bien que mal, mi colección estaba completa de nuevo. Me fui a dormir con el alma en paz. La mañana siguiente, cuando fui a ver mi colección, encontré al nuevo Ironman en el suelo. De seguro lo coloqué mal y cayó en algún momento de la noche, así que lo volví a ubicar en su lugar y continué mi día.
Al día siguiente, me desperté apresurado porque tenía una cita médica, bajé directo a la cocina para prepararme un cereal y al abrir la refrigeradora para sacar la leche, el nuevo Ironman estaba adentro. ¿Seré sonámbulo? Pensé. Yo vivo solo en mi casa y Bummer no tiene esa capacidad. Una vez más lo ubiqué en su lugar y me fui.
Todo el día pasé dándole vueltas a qué pudo haber pasado y no me quedó de otra que aceptar que camino dormido y que me siento culpable por haber tirado al Ironman viejo al suelo y ocasionarle su destrucción.
Camino a casa compré una pizza pequeña para cenar, es que bueno, tener una colección así me reduce el presupuesto de la comida. Cuando llegué, lo primero que hice fue revisar mi colección. Todo estaba en completo orden, ni el más mínimo cambio.
A la mañana siguiente, cuando abrí la puerta del microondas para calentar la mitad de la pizza de la noche anterior, mi cuerpo se congeló al ver adentro al nuevo Ironman. ¿Qué demonios está pasando acá? ¿Es acaso una broma? ¿Me estoy volviendo loco? Esta y otras preguntas pasaban por mi cabeza y la llenaban de angustia.
Los días siguientes, al despertar, encontraba al nuevo Ironman en mis gavetas, dentro de ollas, en el horno de la cocina, incluso en la lavadora. Y cada día volvía a ponerlo en su lugar. Esa situación me estaba volviendo loco y no tenía a quién acudir porque, ¿quién creería mi historia?
Cerraba bien las puertas, dejaba amarrado a Bummer, incluso, por las noches hasta yo me amarraba un pie a la cama por si me levantaba dormido y nada. El nuevo Ironman seguía apareciendo en otro lugar.
Una noche, un estruendo me despertó. Como si algo se estuviese estrellando contra la pared. Bajé con cuidado por si era un ladrón, encendí la luz y mis ojos no podían creer lo que estaban viendo. Como salido de una pesadilla, se encontraba sobre el piso de mi sala, el nuevo Ironman. Estaba hecho pedazos. Todas sus partes esparcidas en el lugar. Sólo estaba yo en la sala y Bummer estaba afuera.
Por fin, en ese momento logré entender lo que pasaba. Casi al punto de volverme loco, lo logré. No había sido yo, ni Bummer, ni un fantasma, ni un ladrón. Me fui a la bodega donde había puesto al viejo Ironman (por si no encontraba un sustituto), lo saqué, tomé una toalla y lo limpié, calenté la pistola de silicón, pegué su pierna, su brazo y lo puse de nuevo en su lugar. Solo así, las cosas volvieron a la normalidad.

Inspirado en una historia de Camilo Rodríguez Chaverri.

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